El análisis lleva, en muchos casos, a la tristeza. El orden es lo bueno y es lo que es, y cuando analizo y encuentro un fallo o un desconocimiento me veo obligada a tachar todo el ejercicio. Se nos obliga a maravillarnos ante la virtud y a obviar el fallo para ser felices, pero yo no veo por qué tengo que maravillarme ante algo que es normal y a pasar de largo ante lo que no encaja. No me divierte deleitarme en la visión parcial del paisaje que muestra una sola de las piezas del rompecabezas (curioso significante el que habla de romper, cuando el propósito es unir) y elijo la tristeza derivada de sumirme en el error para intentar solucionarlo sabiendo de antemano que no encontraré la solución o el método correctos.
Como profundamente soy analítica, profundamente borro todos los ejercicios que hago (niego a las personas) en el intento no de alcanzar el conocimiento, sino en el de devolverle a la realidad aquella pieza que le fue sustraída. Quiero pensar, o pienso, que también lo humano es abstracto y matemático, y ando triste porque estoy jugando a un juego cuyas reglas desconozco.
Como cuando puedo respirar no soy analítica, superficialmente pinto la realidad de modo impresionista, y con ello: risa, bienestar, condescendencia, abrazo.