domingo, 27 de septiembre de 2009

Coñocosmos

Tengo un jigo que es un jigo universal. Tengo un coño que llega hasta Júpiter. Uso anillos vaginales que son de Saturno. Por mi coño se interesan muchos aficionados a la astronomía. Meten la cabeza dentro para observar el cielo y a veces la alzan para decirme: “Tienes un coño estelar, nena”. Y yo me parto de la risa. Y todo se mueve ahí dentro.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Vaivén

Tengo el recuerdo de una forma que cuando era pequeña me angustiaba mucho. Era una especie de sombra grande y alta, pero todo muy etéreo, como una silueta que podría asemejarse a un hombre con una capa o una gabardina y que está quieto detrás de una puerta o de un sitio oscuro, sin menearse. Recuerdo verlo e imaginarlo. Hace tiempo que no me acompaña, más o menos desde que salí de aquel mundo difuso de la niñez, pero a veces me imagino que soy vieja y me entra una de esas enfermedades en las que uno va perdiendo la conciencia y sumergiéndose en lo impreciso, y tengo miedo de que esa forma resucite y vuelva a hacérseme visible, como un flash back.

(O quizá ver eso durante la niñez era un flash forward).

Título

He pensado algo sobre si el miedo es la causa o la consecuencia. Lo he buscado en google, para ver si era algo dicho. Quizá esperaba encontrar una frase famosa que hablase sobre eso, de cine, de filósofo, de estudio antropológico publicado en todotesis.com. De aquí se derivan muchas cosas. Y muchas más. Segundo, a que se supone que creo que lo que pienso tiene tanta importancia como para pensar que alguien debiera haberlo dicho antes. Primero, a que se supone que me debe preocupar el hecho de que lo que yo digo lo haya dicho alguien antes que yo. ¿Existe algo no dicho? Si lo no dicho algún día se dirá, no existe algo no dicho.

El caso es que si yo hubiese buscado en google algo así como “miedo causa consecuencia” y no hubiese visto ningún texto que relacionara los tres términos en un mismo enunciado, me habría atrevido a escribir (si yo fuese otra persona, cosa que podría ser perfectamente y que no es imposible) algo así como:

- El miedo, ¿causa o consecuencia? (como de periodista)
- No sé si el miedo es la causa o quizá la consecuencia (como de teatro)
- ¿Son las consecuencias las causas del miedo? En tal caso, ¿Son las causas y las consecuencias la misma cosa? En ese caso… El miedo, ¿causa y consecuencia? (como de timador primero, toque de periodista al final)

Miedo a decir que tengo miedo

Porque si dijera: tengo miedo (con la letra o con la boca), cuando de verdad tengo miedo, y si lo dijese de verdad, de forma que todo el mundo lo entendiera (de una forma muy básica, para entendernos), si dijese eso así, traería consecuencias para el rededor. Onda expansiva de la bomba, poros que supuran miedo.

Un ejemplo sencillo es el de alguien que tiene un ataque para morirse y tiene que asistir, ineludiblemente, a qué se yo, a una comida de empresa. Y existe un momento en el que quieres gritar: “Tengo miedo, no sé qué hago aquí, estoy flipando porque no sé qué hago yo preguntándome cómo se coge un tenedor cuando de toda la vida he comido con cubiertos”. En ese momento, con esa gente, tengo miedo de tener ganas de decir: “Tengo un miedo que lo flipas”. Porque ciertamente lo fliparían bastante.

De adultas, entre las personas se miran más y se quieren menos.

Me necesito. Si no te miro, es que necesito mirarme. Y si no te escucho es que me interesa más lo que yo me cuento, al menos es mejor que aquello que continuamente escupes y que llamas palabras, palabras con palabras y dicen cosas que no escucho, porque no me interesan, porque no me hacen feliz tus palabras.

Me pregunto cuándo dejaré de necesitarme tanto como para tener que necesitarte, y también me pregunto si deseo que llegue ese día.

Si te digo la verdad, has conseguido que me esté muriendo de miedo.

viernes, 11 de septiembre de 2009

A veces pienso que nos gustan las personas misteriosas porque no nos gustan las personas.

No se me ocurre nada más bello que la espontaneidad, en su momento, en su lugar, como algo que destroza un orden. Diré que en espontaneidad no tienen por qué incluirse determinados rasgos semánticos, a saber, gracioso (que en realidad es payaso), inteligente (que es en realidad listillo). A veces diría que la espontaneidad es alegría y otras que desasosiego, diría que la espontaneidad es la verdad de uno mismo sacada al exterior de cualquier forma mucho peor que inconsciente: incontenible. Como un chorro de vida que sale por el cuerpo y que no siempre es “agradable o bello”, pero que deja entrever el estado real de la cosa. Y en ese estado puro es quizá donde resida la pura belleza.

No soy generosa con la mantequilla no porque no sea generosa, sino porque no me gusta la mantequilla.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Todos somos más que putas, reputas

Yo tenía nosecuántos años y era la época de los besos, de los chismes, de los chicos y de los malentendidos. La mayoría de mis amigas habían encontrado un chico guapo y algo mayor que nosotras, con moto y trabajo, al que besar durante horas en los parques, al que someterse agachadas tras los matorrales. Ellas se dejaban invitar a un trago de limón o de cerveza, o a una calada de porro o de cualquier otra droga que todavía no hubieran probado.
Tanto al chico como a la chica les gustaba exhibirse. Quedaban con más amigos y mientras todos charlaban, ella se apoyaba en las rodillas de él, él se apoyaba en el asiento de la moto, y torcían sus cabezas para poder besarse. En sus caras, de perfil por el beso, podían apreciarse los gestos de mandíbula que también hacen los actores de Hollywood, arriba y abajo, lento, con la seguridad de quien todavía no conoce los desastrosos efectos de la papada. Mientras se besaban, se imaginaban a sí mismos siendo fotografiados (si es que no lo estaban siendo ya en la realidad) y se veían jóvenes y limpios, con los labios mojados y afectación de naturalidad.

Yo miraba para otro lado y analizaba la escena con algo de envidia, pues yo siempre había gustado mucho del drama y estaba muy orgullosa de mi mandíbula, y siempre había querido hacer ese arriba y abajo, lento, sin papada, delante de más gente que admirase mis dotes para la interpretación.

Varios años después, o meses, quién sabe, la situación a la inversa. Encontré un hombre algo mayor y atractivo al que besar delante de más gente como se besan en Hollywood, y todos pudieron apreciar mi maravilloso movimiento de mandíbula y de labios y mi mirada supuestamente perdida en los ojos de él. Todo esto sucedió, quién sabe dónde, quizá en una discoteca. Mi amiga seguía con aquel chico, pero ya habían empezado a odiarse de verdad y se besaban menos, así que me miraba como la miraba yo a ella años atrás, con envidia.
A los días, me enteré por otra amiga en común de que me habían estado criticando, por lo visto habían dicho cosas como: "Pero míralos, cómo se besan, delante de tanta gente, como si se estuvieran muriendo, como si no tuvieran tiempo de besarse en casa, como locos. Se nota que no se quieren".

Al principio me enfadé muchísimo, pero sabía que en el fondo ella llevaba razón. Así que después de meditarlo, opté por no enfadarme. Al fin y al cabo, yo había hecho ese mismo comentario sobre ella años atrás, y podría decirse que no tenía derecho a exigir lealtad o respeto (o como quiera que se llame el no-criticar) si yo ya había hecho lo mismo antes. El problema residía en que mi amiga nunca se iba a dar cuenta de que sus palabras ya fueron pronunciadas por mí antes. Nunca se iba a dar cuenta de que sus palabras, que ella creía proyectadas hacia otra persona, eran en realidad un lapo gigante que ella había escupido al cielo. Ella nunca se iba a dar cuenta de que era una magnífica actriz de Hollywood que siempre sonreía en las fotos y que detrás de las cámaras se inyectaba heroína/drama familiar/desengaño amoroso. Lo típico.

Y, no sé, de esto puedo deducir varias cosas. Una de ellas es que el paso del tiempo no es motivo para evitar juzgarse a uno mismo, sino más bien lo contrario. Puede que estés libre de pecado, pero eso es porque todavía no ha llegado mañana (o porque padeces de amnesia).