Así, si una persona contase por qué realmente ve la televisión, por qué tomó esa elección, se daría cuenta de que no ha sido una sola elección, y de que ni siquiera ha sido suya. Fueron una serie de elecciones inconscientes, fortuitas y fatales que le llevaron a esa circunstancia (en este caso, la de ver la tv).
Porque una persona nunca habría podido decidir ver la televisión si antes no hubiese decidido comprarse una, por ejemplo. Ni si antes no hubiese decidido que quería tener una tele, porque también sus amigos la tenían (insisto en que es un ejemplo, por favor no se tome en cuenta). El caso es que estamos continuamente tomando elecciones. Elegimos respirar, por ejemplo. Me dirás que no, que respirar es un acto inconsciente e involuntario… Pero es que las elecciones quizá sean actos inconscientes e involuntarios, precisamente eso. Y se sucedan tan a prisa la una a la otra que sea imposible de distinguirlas, de separarlas, de discernirlas. Jajaja, y luego en definitiva todo son decisiones tomadas a cada segundo, a cada milisegundo, tan yuxtapuestas que forman una continuación. Una continuación que no se aprecia porque no es brusca, porque es armoniosa y es cosa fina como de dioses.
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