martes, 11 de enero de 2011

Sobre el fuego

«Ocurrió en cierta ocasión que, a causa del choque o frotamiento, se produjo fuego entre las ramas secas de un bosque, y cuando lo vio, percibió en él algo que le infundía pavor, una cosa a que no se hallaba acostumbrado de antemano, y permaneció de pie largo rato sumido en la mayor estupefacción. No dejó por esto de acercarse a él poco a poco, notando su penetrante brillantez y su poderosa eficacia, por cuanto no se le aproximaba cosa alguna sin que se apoderase de ella y la convirtiese en su propia naturaleza. […] No cesó luego de propagar aquel fuego alimentándole con yerba seca y abundante leña, y a él acudía con frecuencia durante el día y la noche a causa del placer y admiración que le causaba. Acrecentábase su afición a estar a su lado durante la noche, por cuanto con su luz y calor hacía las veces del Sol, aumentando con ello su estimación y aprecio; a tal punto, que creyó que aquella lumbre era lo más excelente de las cosas que le rodeaban. Como viera que siempre se movía hacia la parte superior y que su tendencia era elevarse, se apoderó de su mente la idea de que sería una de aquellas sustancias celestiales que estaba observando, y experimentaba su fuerza o su poder sobre todas las demás cosas, arrojando éstas en su seno y viendo cómo se apoderaba de ellas más presto o más tarde, según la mayor o menor predisposición a la combustión que ofrecía el cuerpo arrojado a la hoguera.»

Ibn Tufail, El filósofo autodidacta

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