domingo, 9 de octubre de 2011

Nocturno

Ni siquiera tengo unas palabras para definirme o mejor para definir el recuerdo que hoy he tenido de cuando niña imaginaba la cama un barco y el suelo un mar. Pienso todo el rato y al escribir no pienso, y así no me sirve de nada esta especie de descargue que quiero o que creo que necesito.

No sé lo que es mearse en la cama o dejarse trozos de mierda en el culo porque nunca me di la oportunidad. A los 3 años me limpiaba el culo con precisión y esmero, y logré un control perfecto y casi anormal de mis esfínteres para una niña de parvulario. Jamás me meé en la cama, digo, y es algo de lo que nadie se sentía orgulloso y que nadie aplaudía, excepto yo, que me sentía adulta, responsable, madura y muy lista. Siempre me creí mejor que mucha gente. Mi madre siempre decía que era una niña muy madura para mi edad, y lo decía de una manera que yo creía elogiosa, así que seguí repitiendo esa perfección adulta de limpiarse el culo, de no llorar (excepto por la rabia) y de no echar de menos. Aprendí pronto lo que estaba bien y lo que estaba mal. Aprendí de nuevo una teoría y su contraria. Siempre quise ser la mejor.

Según yo, no sentía rencor ni envidia. Tenía otros defectos, claro, pero definirlos era una tarea difícil, y siempre resultaban imprecisos. Ahora sé que padezco eso que son males.

Una vez me cagué en las braguitas del bañador cuando estaba en la playa. No dije nada y, al llegar a casa de mi abuela, arrugué el culotte con el panal y lo escondí debajo de una cama. Apareció mucho tiempo después. La mierda dura y seca pegada en mis braguitas floreadas.

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