martes, 17 de julio de 2012

solitariedad

Conocer la existencia de la teoría del psicoanálisis tiene en mí ciertos resultados. Toda cosa que hago o digo me es propuesta como material de estudio, en cuanto que se supone que toda palabra o acto trasciende el mundo consciente y significa algo. Pero luego me canto esa que dice: “bueno, y aún así, qué más da? ¿para qué quieres conocerte? ¿para qué quieres tomarte en serio? ¿en serio vas a creerte todo lo que te cuentas?” Y quiero no creerme a mí misma por una sencilla razón, y todo esto advierto es intuición adolescente o prematura y quizá mi percepción sobre esto cambie con el tiempo o eso espero, o al menos, eso es lo que apoyaría mi tesis. Bua. Esa sencilla razón es: si me creyese a mí misma, no podría serme infiel. ¡Y oye, es que, qué regusto dan a veces las camas ajenas! Pero también… qué caprichosa electricidad masaje al espíritu que tiene la tuya.

Esa sencilla razón ahora tiene una enemiga con la que tonteará un poco durante un tiempo, indeterminado.

Un primer ejemplo demostrará hasta qué punto la vaguedad ha generado confusión y, ya se sabe, que la confusión crea monstruos.

Tengo ganas de meter toda la mano dentro de un bote de miel pegajosa, de pintar un cubilete cada cara de un color, y de rascarme con sus puntas. Tocar un círculo de color pastel rugoso, otro suave.

No hay comentarios:

Publicar un comentario