viernes, 23 de octubre de 2009

Mácula pura

Qué importantes son las series de televisión. Consiguen alimentar al ser humano de todas las palabras que podrá decir a lo largo de su vida. Con ver una sola temporada de cualquier serie de tv estamos preparados para enfrentarnos a un desamor, a un vacile, a una mirada inquisitiva. Lo mismo ocurre con los libros, la televisión, los oradores, la escucha atenta a esto y lo otro. Uno no es el mismo cuando descubre, tras ver cierta película, que las palabras pueden resultar cruciales a la hora de conformar con nuestra imagen. Decir cosas bonitas y con sentido, de tal forma que parezca sonar la música de John Williams de fondo. Los que no leen libros puede que nunca alcancen a expresar con su cuerpo tanto “lirismo” o “poesía”. Y yo pienso que la mayor poesía son tus miradas tímidas, tus intentos básicos, tus gestos que sin saberlo llaman a mis gestos.

Marcial (el de “Médico de familia”) no se convirtió en personaje a raíz de unas observaciones totales de la realidad, sino a raíz de unas observaciones parciales de la realidad. Es por eso que Marcial es no el resultado doblado de la realidad, sino el resultado sin dobleces, simplificado. El resultado es, por tanto, una copia limpia y pensada de la realidad, una cosa que no es nada, que es como si fuese nada porque no existe, esto es: la idea de un ideal que consigue, algunos sabrán cómo, integrarse en el mundo real, éste, que por su naturaleza debería ser y es más ordinario y extraño y repetido y nuevo que ese mundo de ideas al que me aferro: un mundo de metales pulidos desnudos sin telas.

Una parte de mí añora las cosas sucias, la maraña de hilos que envuelve las cosas, abrigo de enredos.

7 comentarios:

  1. Estoy releyéndome tus últimos post en esta cafeinada no-mañana de domingo y flipo en colores. Colega, colega. Tenemos que hacer algo con esto. Tenemos. Me siento intrínsecamente responsable de ello sólo por tener la buena ventura de conocerte. Conocerte, aunque eso cada vez sea más relativo en todos los casos. Y se me ocurre, así pensando en el mundo de los posibles, de las cosas que no han pasado ni pasarán pero que podrían haber pasado, que si no fuera porque eres mi gran amiga intentaría ser gran amiga tuya a toda costa.

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  2. Cuando termina alguna de las sesiones de aprendizaje que mencionas, sé que estoy en un mundo distinto. Es muy fácil demostrar eso si se habla de libros o de cine; incluso de música. Puede hacerse un análisis de la comunicación total y descubrir que el lenguaje no verbal predomina; luego poner menos atención en la espontaneidad ya inexistente del cuerpo, y poner más atención en articular corporalmente oraciones sin sílabas, signos instintivos con los que el cuerpo jamás ha sabido mentir.

    Me parece que cualquier grumo de poesía que pueda nacer de la expresión humana sucede mayormente en los puntos de inflexión, los intersticios que arriesgamos entre cada mueca discernible, la parafernalia entera de la manifestación vital. Y sólo a través de su naturaleza fragmentaria, ese poema existe: breve, irrepetible, ajeno a patrones, aberrante, profundamente otro, que demuda y barracuda el rostro. La metáfora viene de esa ceja asimétrica, de aquella cicatriz diminuta sobre el párpado derecho, la lentitud con que se instala la risa en los maxilares, hermanada con el aparatoso espasmo de la carcajada y el tartamudeo de todos los músculos del cuerpo.

    La metonimia viene de confundir esa pupila dilatada con furia, de encontrar sambenitos esos labios que me disminuyen, de trocar la piel y el oráculo. Viene de extrapolar la simetría de las ingles y confundirla con el espejo del beso.

    Ritmo entre pasos, aroma de sexo que membrana umbrales, la mano que suda mientras asegura la boca, el par de dedos que con urgencia tamborilean un latido, la electricidad selvática de alcanzar la cima caída libre. Sucede que sucedemos en los trechos sin farol, que quien camina bajo las luces amarillas en la calle negra es una prospección, el tremor que deposita la catapulta de la esperanza en el aire.

    Llegamos al siguiente farol, delineados, desfigurados por la destreza que tiene la luz para anular detalles y secretos: vamos a casa, vamos al mercado, estamos terminando una risa de cualquier cosa entre tres, fuera de la escuela, estamos trasladando el rostro genérico de ver la hora al rostro enjuto de la preocupación porque ya es demasiado tarde, estamos a punto de arriesgar una comisura de tristeza porque una vez más el cielo es negro y la calle está caliente del día.

    Me encantaría meter mis dedos en el vuelo del colibrí, y salir bien librado, como en aquel juego en que buscas que un cuchillo no penetre los dedos extendidos de tu mano sobre una mesa de madera. Entreverarme con los huecos que deja su cirugía dulce en la transparencia, salir ileso, aviación sin mácula.

    Pero me han educado como a todos, y como por una pulsión reconozco la sonrisa desabrochada o sardónica, la pierna cruzada que ofrece y la pierna cruzada que rechaza, el espasmo histriónico y la disolución total, la ambigüedad voluntaria o accidental, el roce que es gravedad o fatalidad. Ciempiés con tarjetas impresas en el lomo, logro compaginar casi todo lo que veo con casi todo lo que tengo. Casi siempre encuentro las caras, los ademanes, el manojo de interpretaciones posibles, y me aplico fervientemente. Casi.

    Quiero abrir cualquier alcantarilla, sumir en la materia negra mis tarjetas, mis mapas, emerger de las tuberías con las pupilas bruñidas, el paladar ávido de nuevos signos, la mano presta a embalsamar la tersura, el ojo pródigo de bisturís y relojes atómicos; los dientes, los dientes inexorables.

    "Una parte mí añora las cosas sucias, la maraña de hilos que envuelve las cosas, abrigo de enredos."

    Una parte de mí añora el Mundo sin nombres, su preñez de posibilidades infinitas.

    Siempre me das algo en qué pensar, Pepa, y te lo agradezco.
    Eso, y tu paciencia :)

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  3. De acuerdo con Violetera. Totalmente. Aunque yo, por desgracia, solo pueda intentar lo del intento, pero seguiré en ello aunque la realidad sea tan terca (si no tienes inconveniente).

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  4. Por supuesto, Charles. Nos debemos unos gestos.

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  5. No sé si es sueño, el recuerdo ya vago pero aún recuerdo de Omaira Sánchez en mi retina, que quiero hacer deslizar junto con un poco de mí misma al despojarme de estas palabras, la certeza de que escucharte y aprender a estar vivo son sólo el principio de lo que algún dios nos querría enseñar, si existiese, al colocarnos en nuestra propia conciencia; no sé qué es, digo, pero sé que estoy llorando. Gracias.

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