sábado, 1 de mayo de 2010

Mira, es un poco jodienda comprender la no-entrega, es decir, no entregarse casi nunca del todo. Porque llegará el día en que yo me entregue y no sea bien recibida, y no podré sentir el dolor de quien es abandonado o menospreciado, no podré sentir ese dolor porque está aparentemente prohibido (la sociedad lo “castiga”) disfrutar del papel de víctima cuando antes habías disfrutado del papel de verdugo. Esa incompatibilidad de caracteres, esa doble vida, ese juego cobarde, humano.

No podré sentir el dolor porque la razón me dice: ¿Quién eres tú para ponerte ahora a sufrir, cuando antes, muchas otras veces, fuiste tú el castigador? Tengo miedo, también, de que la comprensión me lleve a la inocuidad, a ser inofensiva. Yo no quiero comprenderme a mí misma, porque entonces me perdonaría una y otra vez. Y todavía no he aprendido que soy yo la que tengo que infligirme y la que tiene que sufrir, y que tu mano derecha no sepa lo que hace tu izquierda, tus manos no deben comprenderse ni perdonarse, tus manos deben ser dos manos independientes. Mis manos, pero dos.

No hay derecho a esta izquierda.

1 comentario:

  1. Gran reflexión, pero te tiene que haber dolido, esto es lo que yo llamo una buena catarsis
    Un saludo

    ResponderEliminar