martes, 18 de mayo de 2010

Los jeroglíficos están para desentrañarlos, y es por eso que, de cuando en cuando, sentimos un desgarrón en las entrañas

Digo que la vida no merece la pena. No merece la pena. La pena se da porque sufrimos la vida, y sufrimos la vida porque intuimos que no es así, que no debería ser así. Intuimos que la pena no merece la pena. ¿Cuál es la pena más grande? La vida, porque la vida es el desgarro, la pérdida del Uno, el deseo de volver al Uno.

Y digo esto porque sufrimos, esencialmente, por dos motivos:
-La pérdida (de algo que necesitábamos y perdimos)
-El deseo (de algo que no tenemos y necesitamos)

Podemos preguntarnos qué es exactamente la necesidad.
Porque:
1. f. Impulso irresistible que hace que las causas obren infaliblemente en cierto sentido.
2. f. Aquello a lo cual es imposible sustraerse, faltar o resistir.

También traducible por: Impulso irresistible al cual es imposible sustraerse. Definición con la que, oh là là, podría relacionar la necesidad con el deseo (en cierto sentido). Ambas ideas se relacionan también (se asemejan) a la idea de posesión. Tuvimos o queremos tener algo que ya o todavía no tenemos.

Las relaciones que tenemos con la idea de posesión son las que marcan el devenir de nuestro sufrimiento, es decir, la forma de su línea. Si tenemos la posesión, nos sentimos seguros, pero también algo incómodos. Si nos encontramos dentro de la posesión nos sentimos bien, pero por todos es sabida la dificultad de lograr tal hazaña. Una vez dentro de la posesión, la posesión deja de existir. La vida es sufrimiento porque tendremos que deshacernos de nuestras posesiones (y eso parece ser doloroso) para hacer que dejen de existir, y así, introducirse en ellas.

Y la vuelta a ese hogar, es un cielo, es un paraíso. El retorno a su original. La unidad absoluta es aquella en la que cada uno vuelve a su casa. Por eso el paraíso… ¿El paraíso qué es? Volver.
Si el paraíso es volver, la vida es la pena más grande.

Intuimos que la vida no merece la pena, porque volveremos.

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