miércoles, 17 de marzo de 2010

En el reverso catódico de toda especie hay siempre un lúmbulo, o un lánguido, que sueltan trompetas a tenor de un gusto bursátil y ficticio de lo anterior. Nuevamente me informan y dicen que las palabras galopan sobre las teclas inmundas con una fiereza insostenibles para esos, estos, tiempos. Quién diría que yo diría y que tú darías a lo mejor y que nadie existe. Juntas de salón que incomodan a los viejos y a las viejas que sostienen a los viejos, regañadientes. Un montón de mundos se turbian y asoman con la crueldad de un pajarillo infeliz, de un tanto y sumando hostil, de una guía basura que tú tienes guardada, de unas cosas que son lentas y se van y ya no esperan y se hacen mayores. Mayores como la inercia, como la cinta andadora, como la gula irreal, negra y blanca, de las cosas que terminan.

1 comentario:

  1. ¡Me encanta este! Lo he leido un montón de veces y siempre me atrapa esa cadencia de las palabras como adquiriendo vida propia, como deseando evadirse de su mismo significado... ¡Chapeau!

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